domingo, 26 de septiembre de 2010

viernes, 3 de septiembre de 2010

Hemos aterrizado en un país verdadera y totalmente extranjero…En una tierra desconocida, inexplorada y sin mapa: no hemos estado aquí antes, no hemos oído hablar de ello antes.

El reino de la proximidad

Mi país está formado por los veinte kilómetros de terreno que hay a la redonda.

Cuánto más reflexivamente confusos, más sabemos; y cuando más sabemos, más seguimos reflexivos y confusos, o , para el caso, perplejos. Tal es la forma de la razón que interroga sin concesiones sobre su sentido.

Carlos Thiebaut, 1990, Historia del nombrar. Dos episodios de la subjetividad moderna. Madrid, Visor


El territorio de un extranjero es el fragmento

Todo individuo que abandona “su” espacio para instalarse en “otro”, se esfuerza por no desintegrarse a causa de la perturbación que provoca la desorientación y la ausencia de referentes. El país de origen, su cultura, su sociedad, su hogar, el lugar al que aprendió a pertenecer se vuelve impreciso, confuso, como una geografía hecha de astillas. El extranjero no está ni allá, ni acá, habita un tercer espacio, un entre. Sus coordenadas no son binarias, sino múltiples y cambiantes. Por ello, lo que sabe sobre su identidad se vuelve desigual, híbrido debido a la interacción simultánea con otros lenguajes y otras culturas. Su cotidianeidad es interrumpida por el paisaje otro, por el tiempo y espacio otros. Allá y acá se yuxtaponen, que como estrategia, conectan lo suyo con lo diferente en un continuo de transferencias. Yo soy con el otro. Yo soy en otro paisaje. La referencialidad propia se confunde con un cuerpo extranjero y es cuando la “identidad fija” se transforma en “identidad en desplazamiento”.