Investigación


Zygmunt Bauman
¿Pero se puede dejar de ser un recién llegado una vez que lo eres? 

Se dice normalmente que las “comunidades” (a las que las identidades se refieren como a entidades que las definen) son de dos tipos. Hay comunidades de vida y destino cuyos miembros “viven juntas en una trabazón indisoluble” y comunidades que están “soldadas únicamente por ideas o por principios diversos. 

Uno se conciencia de que la “pertenencia” o la “identidad” no están talladas en la roca, de que no están protegidas con garantía de por vida, de que son eminentemente negociables y revocables. 

[…] han esperado que defina si mi identidad es polaca o inglesa ¿por qué? Porque una vez puesto en movimiento, arrancado de lo que podría pasar por mi “hábitat natural”, no había lugar  donde se pudiera considerar que yo encajaba, como dicen ellos, en un cien por cien. En todos y cada uno de los sitios yo estaba (a veces un poco, otras ostensiblemente) “fuera de lugar”. 


La mayoría de nosotros tenemos problemas parecidos que resolver: la mêmete (igualdad), la consistencia y la continuidad de nuestra identidad a través del tiempo. 

Mi colega y amiga Agnes Heller, con la que comparto en un grado bastante profundo este dilema vital, se quejó una vez que al ser mujer, húngara, judía, americana y filósofa, tenía que cargar con demasiadas identidades para una sola persona. 

Estar parcial o totalmente “fuera de lugar” en todas partes, no ya estar totalmente en cualquier otra parte (es decir, sin reservas ni salvedades, sino esos aspectos que le hacen a uno “sobresalir” y ser visto por los demás con pinta rara) puede ser a veces una experiencia ofensiva o molesta. Siempre hay algo que explicar, algo por lo que pedir disculpas, algo que esconder o, por el contrario, que mostrar ostensiblemente, algo que negociar, algo por lo que pujar o por el que regatear.


Martin Heidegger
Durante el siglo XX el filósofo de origen alemán Martin Heidegger (1889 - 1976) retomará el principio de identidad de Parménides para reformular la noción de sujeto. En “Identidad y Diferencia”, el filósofo plantea de la siguiente manera esta idea:
A=A esta es la suprema ley de pensar.
Esta fórmula habla de igualdad, no de que A es lo mismo que A. Por lo que Heidegger hace una puntualización más, afirmando: “A es él mismo lo mismo”. Para entender por qué a lo largo del pensamiento occidental a la identidad se le ha dado un carácter de unidad, explica que en la mismidad yace la relación del “con” como vinculación y síntesis, de ahí que lo más próximo a una definición de identidad sea: “cada A mismo es consigo mismo lo mismo”. En consecuencia, para Heidegger la identidad es relación, mediación, quietud y movimiento. Pero retomando la relación entre identidad y pensamiento, el filósofo cita una idea de Parménides que dice: “lo mismo es en efecto percibir (pensar) que ser”. En esta afirmación se comprende que ser y pensar son lo mismo, pero Heidegger precisa que pensar y ser tienen su lugar en lo mismo y se pertenecen mutuamente (no que son lo mismo siguiendo la idea anterior sobre que ser es una mediación). La identidad sería igual a mutua pertenencia. 

Ludwig Wittgenstein
Un siglo después, Ludwig Wittgenstein (1889 - 1951) filósofo y lingüista austríaco problematizó el principio de identidad afirmando que «A implica a no-A». Es decir, para todo A debe haber también algo que es no-A. Principio que utiliza para defender su tesis de que el conjunto de reglas que conforman una gramática es absolutamente arbitrario. El principio de identidad aparece en el Tractatus (1922) donde se critica ferozmente los principios establecidos hasta entonces y afirma que “decir de dos cosas que son idénticas es un sin sentido y decir una cosa que es idéntica a sí misma no es decir nada”. Así, echa por tierra las tesis anteriores diciendo “que podemos primero concebir dos objetos como separados para luego fundirlos con el pensamiento en uno solo.” También propone la eliminación del signo “=” para referirse a identidad argumentando que no denota nada ni una propiedad ni una relación ni una clase, sino que es solo un mecanismo notacional para referirse y expresar la idea de identidad. Finalmente fundamenta este desprendimiento diciendo que la identidad de un objeto se expresa con la identidad de un signo, no con el símbolo de la identidad. 

Friedrich Hegel
A fines del siglo XVIII, Friedrich Hegel, (filósofo alemán 1770  1831), sometió al principio de identidad a una crítica radical en su filosofía general y especialmente en Ciencia de la lógica. El punto central radicó en un pasaje desde la primera A a la segunda, en la proposición «A = A»: “la identidad no es evidente en sí, es afirmada”. La segunda A está afuera de la primera. Con ello, Hegel propone que la identidad contiene dentro de sí diferencia, es además una construcción y no algo que innato. Ambas afirmaciones no se basaron en el principio de identidad, sino en el principio de contradicción, estableciendo que una contradicción no debe ser rechazada o negada, sino plenamente asumida y reconciliada. Si A es B, A depende de B, que a su vez lo niega, lo contradice. En tanto que pensado A es realizado cuando es negado por B. En definitiva esta proposición equivale a la afirmación de que A es A, en lucha con B.


Gottfried Leibniz (1646 - 1716)
Para el filósofo alemásn, el problema de la identidad se articuló en función del principio de no contradicción (Parménides y Aristóteles) , afirmando que era innato, es decir, que se halla en el alma humana ser en el mismo sentido, sin necesidad de haber sido aprendido. En sus Nuevos Ensayos, Leibniz lo expresa del siguiente modo: "El principio de contradicción incluye dos enunciaciones verdaderas: la primera, que una proposición no puede ser verdadera y falsa a la vez; la segunda, que no puede ocurrir que una proposición no sea ni verdadera ni falsa." A esta, agregó otro principio llamado de la Identidad de los indiscernibles, en el cual, Leinbiz expresa varios principios filosóficos, sobre identidad:
1.    Si dos objetos a y b comparten todas sus propiedades, entonces a y b son idénticos, es decir, son el mismo objeto.
2.    Si dos objetos a y b comparten todas sus propiedades cualitativas, entonces a y b son idénticos
3.    Si dos objetos a y b comparten todas sus propiedades cualitativas no relacionales, entonces a y b son idénticos.

Las propiedades cualitativas son intrínsecas a los objetos, pudiendo ser aplicadas por más de uno sin que involucre una relación con ningún otro objeto particular. Sin embargo, no toda propiedad cualitativa es no relacional, porque algunas propiedades relacionales no implican una relación con un objeto particular.  Dado el principio de identidad, se sabe que el objeto b tiene la propiedad de ser idéntico a sí mismo, es decir ab. Luego, si suponemos que a y b comparten todas sus propiedades, entonces a también tendrá la propiedad de ser idéntico a b. 

René Descartes (1596 -1650)
El padre de la filosofía moderna, en “El Discurso del Método” (1637) llevó a cabo una síntesis de orientación científica de la identidad, formulando que el hombre es porque piensa. La conocida locución latina dice “cogito ergo sum”, “pienso luego éxito” “Je pense, donc je suis”, consolidó para los siguientes siglos el planteamiento de Aristóteles, transformándose en la visagra del racionalismo occidental. La afirmación se completa así:
Mais, aussitôt après, je pris garde que, pendant que je voulois ainsi penser que tout étoit faux, il falloit nécessairement que moi qui le pensois fusse quelque chose. Et remarquant que cette vérité: je pense, donc je suis, étoit si ferme et si assurée, que toutes les plus extravagantes suppositions des sceptiques n'étoient pas capables de l'ébranler, je jugeai que je pouvais la recevoir sans scrupule pour le premier principe de la philosophie que je cherchois.
Pero en seguida advertí que mientras de este modo quería pensar que todo era falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese algo. Y notando que esta verdad: yo pienso, luego soy era tan firme y cierta, que no podían quebrantarla ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos, juzgué que podía admitirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que estaba buscando.


Aristóteles
Dos siglos después, Aristóteles (384 - 322 a. C.) profundizó en uno de los principios que serán determinantes en la construcción de la noción de identidad, el principio de no contradicción. En la Metafísica, Aristóteles dice "nada puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido.", determinando que cualquier cosa que entra contradicción consigo misma puede ser tomada como falsa. Esta idea, como constituyente del pensamiento clásico, fue reforzada con otra igualmente relevante que distinguiría la especie humana de la animal. La especificidad del hombre se encuentra en su capacidad de habla, con lo que se establece que la especificidad humana es la racionalidad lingüística. A partir de la relación entre esencia inamovible y denominación de un rasgo particular a la especie es que la identidad del hombre se ha entendido durante siglos como la capacidad de pensar y hablar.  


Parménides de Elea
La primera definición de identidad que se conoce, se atribuye a Parménides de Elea, filósofo pre-socrático de la antigua Grecia que vivió entre los siglos 530 y el 515 a. C., dice “el ser es, el no ser no es”. Se interpreta como lo que permanece a pesar de los cambios, a su similitud a sí mismo fuera del tiempo, a aquello que permanece idéntico. Este pensamiento surgió en respuesta a la metafísica que otro filósofo griego había formulado. Heráclito (535 a. C. - 484 a. C.) determinó que una cosa podía ser y no ser al mismo tiempo, “nadie puede bañarse dos veces en el mismo río” porque “todo fluye”. Parménides, analizando el supuesto referido a que una cosa podía estar siendo y no siendo en un devenir constante, comprendió que esta lógica presentaba una contradicción: “que el ser no es; que el que es, no es; puesto que lo que es en este momento, ya no es en este momento, sino que pasa a ser otra cosa.” En consecuencia, elabora una filosofía a partir de tres principios: “el Ser es el Ser”, “el Ser no es el no Ser” (principio de no contradicción) y “el Ser no puede ser y no ser al mismo tiempo” (principio del tercero excluido). Este pensamiento sobre la condición del Ser se transformó en una premisa filosófica presente hasta la actualidad. 


Certeza: falta de límite



La identidad ha sido abordada desde el pensamiento filosófico clásico hasta las nuevas corrientes de las ciencias interdisciplinares contemporáneas, configurando lo que hoy se conoce como una noción compleja, fuente inagotable de cuestionamientos en ámbitos diferentes. Parte de su complejidad consiste en que encierra dos sentidos opuestos entre sí, lo inmóvil y lo mutable. Por una parte se le relaciona con la creencia en esencias, con realidades esenciales, sustancias a la vez inmutables y originales. Por otra, a que no hay esencias eternas porque todo está sometido al cambio. En la actualidad si bien ambos sentidos coexisten, la balanza se inclina por una definición de identidad mutable, en constante cambio debido a su inherente cualidad relacional: la identidad se crea en la experiencia con los otros.

Mapa

El “qué soy” ¿es igual a identidad? Y esa identidad ¿se determina por mi sexo, mi clase social, mi idioma, mi nacionalidad, mi religión, mi profesión, mi físico, mi comportamiento, mi nivel cultural, todo eso reunido y en tensión? Si es así, me corresponde reconocer algunas particularidades y también determinar los contextos compartidos en los que se desenvuelven esas características propias. De eso se trata esta investigación.





Sospecha


¿Qué es una identidad? La teoría se ha esforzado en responder a esta pregunta con la creencia de quien supone retener el movimiento con una lazo. Se trata de un concepto evasivo compuesto por un conjunto amplio de ideas. La principal sospecha es que no será posible determinarlo de manera cerrada. Aún así de las explicaciones existentes, nos quedamos con aquella que dice que no hay identidad fija, sino móvil, en constante construcción y deconstrucción. Sensible a las tensiones entre el afuera, el adentro y a las inclinaciones propias de cada sujeto (José Luis Pardo). Pensamos que la idea de una identidad inmóvil solo puede estar dada por una relación entre componentes inanimados y aún así, un icono, de existencia inerte, se transforma cuando el contexto en el que se encuentra cambia. Por ello, toda existencia viva posee unas características que son modificadas según el contexto. Este rasgo temporal y espacial nos impulsa a eludir definiciones cerradas sobre “la/mi/nuestra identidad”, y orientarnos hacia el proceso de su identificación o visibilización. ¿Cuándo digo yo soy, qué estoy diciendo?